Luis Farías Mackey
La liturgia se cumplió, todo fue hosannas y alegrías, México extasiado festejó a todo lo alto. Sólo una cosa faltó: algo que festejar. Pero qué importa, si lo importante es festejar, no lo que supuestamente se festeja.
Se me dirá: un año del segundo piso, siete de la esperanza, cero corrupción; la seguridad, la salud, la educación, la felicidad, lo bien que vamos y lo mejor que nos va a ir.
Pero salvo sus concentraciones, sus vandalismos a policías y acarreos clientelares, sus excusas diarias y distracciones sin fin, México huele a demencia, sabe a mentira, su tacto es áspero, hiede a cadáver descompuesto. Sabe a sangre y se oye a dolor.
Pero qué más da y a quién le importa si fuera de eso que llaman transformación todo es abismo y quien no comulga con sus ruedas de molino habrá de arder en los infiernos.
¡Albricias, ya llegaron y no se van a ir jamás!
Por supuesto que jamás es un tiempo que la vida no conjuga, pero no pierda su tiempo en tratar de hacerlos entender.
Nunca como hoy México me ha dolido y deprimido tanto. Duelo de muerte y de pérdida. Pérdida de un pasado castrado y muerte de un mañana sin destino.
Pobre de México, cree tocar las puertas del cielo cuando ni en los infiernos nos quieren.