José Luis Parra
En política no hay accidentes. Sólo mensajes. Y este domingo en el Zócalo, Claudia Sheinbaum, sin decir una palabra, gritó lo que muchos ya sospechaban: los obradoristas del primer piso han sido degradados al sótano.
Durante el mitin conmemorativo por su primer año de gobierno, la presidenta ofreció un espectáculo más revelador por la distribución del escenario que por el contenido del discurso. Las cámaras captaron lo que las palabras no dijeron. La nueva élite no es la que fundó el movimiento, sino la que hoy lo administra desde los gobiernos estatales.
Adán Augusto López, uno de los cuadros más cercanos a López Obrador, estuvo, sí… pero en segunda fila. Detrás de las vallas. Junto a Ricardo Monreal, otro que aprendió que la lealtad tiene fecha de caducidad. También allí, empolvado entre gobernadores, se vio a Manuel Velasco, ese exverde que ahora paga caro sus distracciones de mitin.
El hijo del expresidente, Andy López Beltrán, tampoco se salvó del reacomodo. A él lo mandaron más lejos, casi al backstage político. Su reciente aventura turística a Tokio y su torpe reacción pública dejaron claro que el apellido ya no basta para figurar en el círculo rojo de Morena. Ni en el círculo morado, ni en el rosa mexicano.
A su lado, con cara de “aquí no pasó nada”, Luisa María Alcalde. Otra que alguna vez pareció proyecto y hoy parece ornamento.
La escena es clara: Claudia priorizó a los gobernadores, a los operadores con cargo y presupuesto. Los otros, los de la causa fundacional, los que empujaron el elefante, se volvieron elefantes en la sala. Estorban, incomodan, distraen.
No es que se haya roto con el obradorismo, pero sí se le ha puesto en su lugar. Ya no dictan, no mandan, no deciden. Ahora aplauden. Desde lejos.
Alguien dirá que son meras percepciones. Que no hay prueba de un relevo real. Que todo fue producto de una logística atropellada. Claro, como si en el mitin más importante del año presidencial se dejara al azar quién se sienta dónde.
Claudia es científica, pero también es política. Y sabe que el poder se comunica en gestos, no en boletines. El mitin del Zócalo no fue una fiesta. Fue una alineación. Un aviso. Una limpia simbólica.
La 4T no se traiciona. Sólo se transforma.