José Luis Parra
En política, como en el box, a veces el empate técnico se disfraza de acuerdo. Y otras, el nocaut se maquilla de “diálogo interno”. Eso parece estar ocurriendo en la arena de la 4T, donde dos pesos completos del obradorismo legislativo —Adán Augusto López y Ricardo Monreal— se aferran a sus respectivas esquinas parlamentarias, pese a que ya no traen ni la pegada ni el respaldo de sus mejores tiempos.
Hace diez meses, se dijeron de todo. Uno acusaba al otro de cortarles el presupuesto desde San Lázaro; el otro contestaba con amenazas veladas de investigar “negocios” turbios. Tan fuerte fue el encontronazo que doña Claudia, todavía presidenta electa en esos días turbulentos, tuvo que sacar la regla y llamar al orden: reunión de emergencia, con Rosa Icela Rodríguez como testigo, y paz firmada en papel reciclado. Fue un “alto al fuego” que duró lo que dura el silencio en una sala de prensa.
Pero los meses pasaron, Sheinbaum ya es presidenta en funciones (aunque muchos juren que aún necesita permiso para alzar la voz), y los viejos pleitos de tabasqueños y zacatecanos se convirtieron en nuevas negociaciones. Y es que la debilidad une más que la ideología. Hoy, ambos coordinadores parlamentarios se saben vulnerables: acusaciones, fracasos internos, escándalos con olor a Barredora… y un ánimo de renovación que viene de abajo, de sus propias bancadas.
En el Senado, Adán tuvo que ceder la Mesa Directiva a Laura Itzel Castillo, madrina política de Claudia. Su gallo, la yucateca Verónica Camino, se quedó en la banca, y ni siquiera la sinaloense Imelda Castro quiso hacerle el paro. Entre renuncias, reclamos y silencios forzados, su liderazgo se fue desdibujando. Para acabarla, le estalló en la cara el caso de Hernán Bermúdez Requena, el presunto protector de narcos en Tabasco. Y así, su capital político quedó reducido a un fideicomiso de recuerdos.
Mientras tanto, en la Cámara de Diputados, Ricardo Monreal no lo pasa mejor. Su liderazgo es desafiado por Alfonso Ramírez Cuéllar y compañía, quienes ya se sienten los verdaderos dueños del grupo parlamentario. Ni la vicecoordinación le han respetado: Jiménez fue protegida, sí, pero con la condición de abrir más espacios… y así llegaron Sergio Gutiérrez Luna y Dolores Padierna, que más que respaldar, vigilan.
Dicen en los pasillos —esos que todo saben y nada prueban— que ambos personajes han sellado un nuevo acuerdo: resistir juntos, sobrevivir juntos y, si se puede, renovar sus coordinaciones hasta el 2027. Como si el problema fuera de tiempos y no de legitimidad.
A falta de músculo, apuestan a la astucia. Monreal, por ejemplo, ya usa la carta de las sanciones del Tesoro de Estados Unidos contra Araceli Brown, de los Puros de Morena, como escudo político. Traducción: “¿Quieren tocarme? Agárrense, que puedo hablar de más”.
Y mientras estos veteranos juegan a las vencidas, la bancada morenista en ambas cámaras se revuelca en un mar de dudas, ambiciones y revanchas internas. La política del “no me muevo si tú no te mueves” ha sustituido al liderazgo real. Y eso, en una Cuarta Transformación que presume disciplina y unidad, huele más a pacto de vencidos que a estrategia de continuidad.
Queda claro que no están ahí por fuerza, sino por desgaste. Siguen porque nadie ha podido o querido sacarlos… todavía.
Pero en política —y en cirugía— a veces lo más sano es amputar.
